El origen celta de las brujas
Ya nadie niega que las brujas hayan sido, a lo largo de la historia, víctimas de la ignorancia y de la superstición.
Vinculadas
al imaginario pagano, han sido, en ocasiones, interpretadas como
encarnación del mal, tejedoras de tramas ocultas o siervas del demonio, y
como tales perseguidas.
Sin
embargo, la antropología ha arrojado luz sobre los hechos de que la
brujería no es otra cosa que una de las numerosas formas de persistencia
de cultos precristianos, y particularmente de creencias celtas.
Si
observamos a las brujas, veremos que poseen todos los elementos de la
sabiduría típica, por ejemplo, de los druidas. Se las acusa de
desencadenar tempestades y de invocar a la furia de los elementos
naturales, de comunicarse con divinidades ocultas y de fabricar filtros
prodigiosos (capaces de curar o de matar).
De
naturaleza misteriosa, las denominadas “Vírgenes negras”, cuyo culto se
difundió en la Europa cristiana ocupada por los celtas, pueden ser
vinculadas con el aspecto “femenino” (lunar) y sus imágenes se situaban
en cuevas subterráneas, cerca de manantiales o de pequeñas superficies
de agua.
Estás
“Vírgenes negras” eran una representación de la Madre Tierra, protectora
y creadora, su culto estaba relacionado con la fertilidad y las
cosechas, la buena salud del ganado y los niños recién nacidos. Druidas y
sacerdotisas eran los mediadores entre las peticiones de aquellos que
necesitaban de su ayuda y la deidad, eran los encargados de preparar los
rituales y de hacer llegar los consejos de la Diosa.
Estas
creencias estaban muy arraigadas en el pueblo, de tal forma que el
cristianismo no pudo eliminarlas, pero sí transformarlas. Con la llegada
del cristianismo y posteriormente, la difusión de sus creencias
monoteístas patriarcales, las “Vírgenes negras” asumieron las
connotaciones de la Virgen María y se la situó en criptas, pero siempre
acompañadas por un niño en su regazo en representación del dios, los
mediadores entre el pueblo y la Virgen pasó a ser la Iglesia, quien
controlaba todo aquello que les parecía bueno o malo.
Cualquier
otra persona, ya fuera hombre o mujer, que siguiera rindiendo culto a
la Madre Tierra como benefactora, era tachada de practicar cultos
demoníacos y ser un siervo del maligno. En la Edad Media, las mujeres
depositarias de la antigua sabiduría, sanadoras y curanderas, que
aliviaban las penas morales y físicas del pueblo, fueron vista bajo un
prisma injusto y consideradas brujas maléficas, mujeres pérfidas y
malvadas, cómplices, súcubos y amantes de Satán, capaces de cualquier
infamia o delito.
Al
tratarse de mujeres con cierto grado de sabiduría y conocimientos que
las hacía poderosas e influyentes en la sociedad medieval de Occidente,
la Iglesia las considera una amenaza inquietante y temible, y adopta una
actitud intolerante y extrema, decretando la persecución y la
represión.Así comienza la caza de brujas a la que hombres, mujeres, e
incluso, niños se ven sometidos, por los ideales ortodoxos y misóginos
de los hombres de la “verdadera fe”.