martes, 12 de noviembre de 2013

Hechizo norteño



Conseguir o retener a la pareja es una de las preocupaciones más antiguas y angustiosas del género humano. El esfuerzo por lograrlo enardece y agota las energías de quien emprende la tarea, y la ansiedad por el éxito no reconoce moral ni permite descanso. Pero como nada asegura que el empeño será correspondido, en algún momento, al palidecer las esperanzas, se hace indispensable el apoyo sobrenatural.
Sombras o dioses del más allá serán llamados para calmar nuestro desencanto y abrir posibilidades insospechadas en el corazón del ser amado.
No es un recurso moderno, los griegos pensaban que incluso los dioses necesitaban de los hechizos para inclinar en su favor la mirada deseada. El canto catorce de la lliada nos dice que Afrodita le prestó a Hera su cinturón mágico con el
que seducía a mortales e inmortales. La reina de los dioses, en lugar de utilizarlo para apaciguar la desavenencia de sus padres, como lo había anunciado, lo usó para hacerse irresistible ante la mirada de Zeus, que torció una vez más el éxito de las
batallas pero esta vez a favor de los griegos, que anhelaban la conquista de Troya. No es la única oportunidad en que un objeto mágico sirve para inclinar el destino de los hombres o de los dioses. Debió influir cuando las tres diosas mayores (Hera, Atenea y Afrodita) compitieron en belleza frente a Paris, aunque la promesa de esta última de arrojar a Helena en sus brazos pesara más que el hechizo.
Ninguno de estos relatos era desconocido para los hombres del Renacimiento, se divulgaron por Europa a través de las muchas versiones eruditas o usando la vía del folklore. En España, los relatos pastoriles y la picaresca están poblados de la presencia de amuletos y manipuladores de los mismos, que ofrecen sus servicios para curar los males de amor.
Cuando los conquistadores llevan sus hechizos a América se encuentran con que mexicas e incas tenían una larguísima experiencia en tales afanes. Hemando Ruiz de Alarcón recogió en México, de los médicos indígenas del siglo XVII, el siguiente
conjuro para provocar el amor:

En el lugar del cerro o del espejo,
en el lugar del encuentro,
yo llamo mujer, yo canto mujer.
Aquí me aflijo; vengo a afligirme.
Ya llevo a mi hermana mayor, Xochiquétzal,
con una serpiente se viene ciñendo,
viene atándose los cabellos.
Ya ayer, ya pasado mañana
con ella lloro, con ella me aflijo.
Tal vez sea verdadera diosa,
tal vez sea verdadera potentada....

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